Sueño...
...ajum, repentinamente siento que llevo el último semestre del tingo al tango.
Bueno, sí...
Una historia automática. Porque sí:
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Cuando llegó a la cima de la montaña, descubrió que el Cubo Rubik que llevaba en el bolsillo se había convertido en un tesseracto.
Nadie está preparado para ver y/o manipular un tesseracto. Le sobra una dimensión en todos los sentidos. Lo cuál era un problema, porque ése Cubo Rubik estaba a sólo un giro de resolverse por completo. Lo había conservado en esa posición desde su sesión con el Pachen Lama y su grupo de Yetis (que no sólo podían rockear mientras levitaban rumbo al Nirvana... también preparaban un Shangri-La en las rocas que valía una caída del K2). Los Yetis tenían pelajes teñidos natural, artificial y espiritualmente, de manera que podían hacer una pirámide yetiana cada 29 de febrero y revelar la heliografía ancestral para construir la auténtica cuna del Buda. Lástima que en 29 de febrero su bar himalayo estaba cerrado.
El Pachen Lama le había revelado el lugar donde las schizem de Shiva confluían, exactamente a ocho grados veinticinco minutos dieciocho segundos del amanecer en la cima del Everest. Las schizem de Shiva podían manipularse al dar justo el último giro al cubo Rubik, justo en ése lugar y momento.
No tenía la mínima idea de lo que las schizem de Shiva podían ser, pero si Cordelia Lear tenía la razón (no la heroína trágica de Shakespeare... la ex con triple doctorado en cosmología de Cal Tech que debía complementar sus ingresos teiboleando tres veces por semana, y que le había explicado las teorías de Stephen Hawking con un crayón de caramelo sobre una espalda definitivamente topológica), podían ser las súpercuerdas que mantenían la estructura universal. O el otro extremo de las líneas de Nazca. Lo que fuera valía la pena de controlarse.
Excepto que ahora su Cubo Rubik era un tesseracto. Le sobraba una dimensión en todos los sentidos.
Para cuando lo resolvió, ya era demasiado tarde.
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Eso es.
Bueno, sí...
Una historia automática. Porque sí:
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Cuando llegó a la cima de la montaña, descubrió que el Cubo Rubik que llevaba en el bolsillo se había convertido en un tesseracto.
Nadie está preparado para ver y/o manipular un tesseracto. Le sobra una dimensión en todos los sentidos. Lo cuál era un problema, porque ése Cubo Rubik estaba a sólo un giro de resolverse por completo. Lo había conservado en esa posición desde su sesión con el Pachen Lama y su grupo de Yetis (que no sólo podían rockear mientras levitaban rumbo al Nirvana... también preparaban un Shangri-La en las rocas que valía una caída del K2). Los Yetis tenían pelajes teñidos natural, artificial y espiritualmente, de manera que podían hacer una pirámide yetiana cada 29 de febrero y revelar la heliografía ancestral para construir la auténtica cuna del Buda. Lástima que en 29 de febrero su bar himalayo estaba cerrado.
El Pachen Lama le había revelado el lugar donde las schizem de Shiva confluían, exactamente a ocho grados veinticinco minutos dieciocho segundos del amanecer en la cima del Everest. Las schizem de Shiva podían manipularse al dar justo el último giro al cubo Rubik, justo en ése lugar y momento.
No tenía la mínima idea de lo que las schizem de Shiva podían ser, pero si Cordelia Lear tenía la razón (no la heroína trágica de Shakespeare... la ex con triple doctorado en cosmología de Cal Tech que debía complementar sus ingresos teiboleando tres veces por semana, y que le había explicado las teorías de Stephen Hawking con un crayón de caramelo sobre una espalda definitivamente topológica), podían ser las súpercuerdas que mantenían la estructura universal. O el otro extremo de las líneas de Nazca. Lo que fuera valía la pena de controlarse.
Excepto que ahora su Cubo Rubik era un tesseracto. Le sobraba una dimensión en todos los sentidos.
Para cuando lo resolvió, ya era demasiado tarde.
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Eso es.
1 Comments:
Cáspita, vaya historia! :o
ÁNIMO!!!
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