Ya sé cuál es el problema del país...
... es tan simple... y la revelación me llegó gracias a un limón.
La filosofía del abuelo para las plantas era muy simple: tienen que dar algo, si no no sirven. Por tanto, una de las herencias que nos dejó fue un maravilloso árbol de limón.
El árbol sobrevivió casi veinte años antes de que repetidos choques y maltratos acabaran por secarlo... pero aún tenemos dos vástagos que dan limones que sacarían del negocio a Kool-Aid Man.
Es de esperarse que quien pasa junto a dichos árboles se agencie un limón o dos. Está bien, excepto en invierno, siempre hay cien veces más de los que podemos consumir. Es de esperarse, y el abuelo diría que les aprovechen, para eso son.
Pero nunca falta el encajoso que llega a llenar sus bolsas del mandado. Cuando son vecinos y avisan antes, de acuerdo, incluso les prestamos escalera para que no lo sacudan. Vale.
Fue uno de dichos encajosos el que ayer me dió la clave del problema del país.
Estoy acostumbrado a escuchar por la ventana el sacudir de ramas y al cómplice diciendo: "aquí hay otro". De acuerdo, si no dura más de dos o tres minutos es de suponer que se llevaron unos cuantos para las micheladas. No vale la pena sulfurarse.
En este caso los ruidos se prolongaron buen rato.
Y el cómplice sonaba extrañamente agudo.
Por fin fuí a la ventana, y ví al cosechador de turno, algo así como el Borras cruzado con Chucho Ochoa (que había llegado en su carcacha, y preparado con un nada improvisado gancho limonero, que me sugiere no era la primera incursión) sirviéndose con la cuchara grande.
El cómplice era un niño de unos ocho años, que le indicaba dónde había más y le echaba aguas.
Serán los aires de la paternidad, pero en estos días soy particularmente sensible al abuso infantil. O será la anticuada educación que me dieron, de esperar un día de paga por un día de trabajo y bendito sea el resto. El caso es que me dirigí a la criatura en cuestión y le dije: por favor dile a tu papá que no te enseñe a robar.
(Tengo la firme convicción de que un trauma infantil a tiempo puede obrar maravillas para el futuro).
Y el individuo mayor me contesta: PUES SI SON TUYOS LOS ÁRBOLES AGÁRRALOS Y MÉTELOS A TU CASA.
Cuas.
Por supuesto, imbécil de mí que no había encontrado una solución tan sencilla.
Tengo una razonable tolerancia a casi todo, excepto a la estupidez humana. Aún civilizadamente, me día la tarea de seguir el diálogo. No ameritaba el esfuerzo, pero aún así agregué: ¿Qué ejemplo le das al niño si andas de ratero?
Y torcido de risa, el interlocutor concluyó: NO ME DIGAS RATERO. DIME ABUSIVO O APROVECHADO.
Doble cuas.
Y así de simple me cayó la revelación del problema del país. Realmente, todo empieza en casa. Nada más ahí, tenía un potencial secuestrador, contrabandista, pirata o ladrón de ocho años, al que ya tenían perfectamente entrenado con la idea de que todo lo que hay en el mundo está ahí para que se lo apropie y matanga dijo la changa si hay afectados. Y que incluso es cuestión de risa.
Después de eso, el JJ y todo lo demás me parecen consecuencias lógicas y hasta inevitables. Qué drástico.
Los limones me parecen ligeramente más agrios hoy.
(Sí, soy un anciano quejumbroso, ignoren el hecho).
Eso es.
La filosofía del abuelo para las plantas era muy simple: tienen que dar algo, si no no sirven. Por tanto, una de las herencias que nos dejó fue un maravilloso árbol de limón.
El árbol sobrevivió casi veinte años antes de que repetidos choques y maltratos acabaran por secarlo... pero aún tenemos dos vástagos que dan limones que sacarían del negocio a Kool-Aid Man.
Es de esperarse que quien pasa junto a dichos árboles se agencie un limón o dos. Está bien, excepto en invierno, siempre hay cien veces más de los que podemos consumir. Es de esperarse, y el abuelo diría que les aprovechen, para eso son.
Pero nunca falta el encajoso que llega a llenar sus bolsas del mandado. Cuando son vecinos y avisan antes, de acuerdo, incluso les prestamos escalera para que no lo sacudan. Vale.
Fue uno de dichos encajosos el que ayer me dió la clave del problema del país.
Estoy acostumbrado a escuchar por la ventana el sacudir de ramas y al cómplice diciendo: "aquí hay otro". De acuerdo, si no dura más de dos o tres minutos es de suponer que se llevaron unos cuantos para las micheladas. No vale la pena sulfurarse.
En este caso los ruidos se prolongaron buen rato.
Y el cómplice sonaba extrañamente agudo.
Por fin fuí a la ventana, y ví al cosechador de turno, algo así como el Borras cruzado con Chucho Ochoa (que había llegado en su carcacha, y preparado con un nada improvisado gancho limonero, que me sugiere no era la primera incursión) sirviéndose con la cuchara grande.
El cómplice era un niño de unos ocho años, que le indicaba dónde había más y le echaba aguas.
Serán los aires de la paternidad, pero en estos días soy particularmente sensible al abuso infantil. O será la anticuada educación que me dieron, de esperar un día de paga por un día de trabajo y bendito sea el resto. El caso es que me dirigí a la criatura en cuestión y le dije: por favor dile a tu papá que no te enseñe a robar.
(Tengo la firme convicción de que un trauma infantil a tiempo puede obrar maravillas para el futuro).
Y el individuo mayor me contesta: PUES SI SON TUYOS LOS ÁRBOLES AGÁRRALOS Y MÉTELOS A TU CASA.
Cuas.
Por supuesto, imbécil de mí que no había encontrado una solución tan sencilla.
Tengo una razonable tolerancia a casi todo, excepto a la estupidez humana. Aún civilizadamente, me día la tarea de seguir el diálogo. No ameritaba el esfuerzo, pero aún así agregué: ¿Qué ejemplo le das al niño si andas de ratero?
Y torcido de risa, el interlocutor concluyó: NO ME DIGAS RATERO. DIME ABUSIVO O APROVECHADO.
Doble cuas.
Y así de simple me cayó la revelación del problema del país. Realmente, todo empieza en casa. Nada más ahí, tenía un potencial secuestrador, contrabandista, pirata o ladrón de ocho años, al que ya tenían perfectamente entrenado con la idea de que todo lo que hay en el mundo está ahí para que se lo apropie y matanga dijo la changa si hay afectados. Y que incluso es cuestión de risa.
Después de eso, el JJ y todo lo demás me parecen consecuencias lógicas y hasta inevitables. Qué drástico.
Los limones me parecen ligeramente más agrios hoy.
(Sí, soy un anciano quejumbroso, ignoren el hecho).
Eso es.
1 Comments:
MI BUEN AXEL,A POCO APENAS TE DISTE CUENTA QUE LO UNICO QUE LES ´´ENSEÑAN´´ LOS PADRES A SUS HIJOS ES APROVECHARSE Y CHINGAR A LOS DEMAS,POR QUE NO LES ENSEÑAN OTRA COSA, Y EL UNICO CONSUELO QUE TENEMOS LOS CIUDADANOS TRANQUILOS, ES QUE CUANDO CRESCAN ESOS NIÑOS Y LOS PADRES SEAN ANCIANOS TAMBIEN A ELLOS SE LOS VAN A CHINGAR,ES MUY TRISTE LA SITUACION PERO ES LA REALIDAD. E.M
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